CUANDO LOS PASTORES DEL REBAÑO NO ERAN PERROS MUDOS....
El Jueves Santo de 1877 el arzobispo de Quito, Don José Ignacio Checa y Barba murió asesinado después de que miembros de la masonería pusieran estricnina en el cáliz sagrado con vino. Al darse cuenta del acto, el Gran Arzobispo exclamó: "¡Hijos míos, he sido envenenado!" Recibió los sacramentos allí mismo y falleció.
La muerte de Don Checa y Barba se debió a la tensión entre el obispo y miembros de la masonería que mataron al presidente ecuatoriano García Moreno. El Presidente, ferviente católico, había decretado la consagración del país al Sagrado Corazón de Jesús, que disgustaba a la masonería y a los liberales, vinculados al Papa Pío IX y amigo personal de Don José Ignacio, el presidente fue asesinado con golpes de cuchillo y disparos, mientras decía "Dios no muere", el hecho ocurrió en agosto de 1875. Don Ignacio se convirtió en el blanco de la masonería y en 1877 fue asesinado. La gran conmoción por su muerte llevó al clero a verlo en su silla, como por última vez todavía reinaba sobre su pueblo, aludiendo a la liturgia bizantina donde el difunto obispo es honrado en su cátedra. Tanto el Presidente como el Arzobispo son mártires de la nación y de la fe
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