EL DRAMA DE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS- P. Emmanuel - III. EL HOMBRE DE PECADO



III. EL HOMBRE DE PECADO


I

Entra dentro de lo posible, aunque la apostasía se encuentre muy avanzada, que los cristianos, por un esfuerzo generoso, hagan retroceder a los conductores de la descristianización a ultranza, y obtengan así para la Iglesia días de consuelo y de paz antes de la gran prueba. Este resultado lo esperamos, no de los hombres, sino de Dios; no tanto de los esfuerzos cuanto de las oraciones.

En este orden de ideas, algunos autores piadosos esperan, después de la crisis presente, un triunfo de la Iglesia, algo así como un domingo de Ramos, en el cual esta Madre será saludada por los clamores de amor de los hijos de Jacob, reunidos a las naciones en la unidad de una misma fe. Nos asociamos de buena gana a estas esperanzas, que apuntan a un hecho formalmente anunciado por los profetas, y del cual volveremos a hablar en su lugar.

Sea lo que fuere, este triunfo, si Dios nos lo concede, no será de larga duración. Los enemigos de la Iglesia, aturdidos por un momento, proseguirán su obra satánica con redoblado odio. Podemos representarnos el estado de la Iglesia en ese momento, como semejante en todo al estado de Nuestro Señor durante los días que precedieron a su Pasión.

El mundo será profundamente agitado, como lo estaba el pueblo judío reunido para las fiestas pascuales. Habrá rumores inmensos, y cada cual hablará de la Iglesia, unos para decir que ella es divina, otros para decir que ella no lo es. La Iglesia se encontrará expuesta a los más insidiosos ataques del librepensamiento; pero jamás habrá logrado mejor que entonces reducir al silencio a sus adversarios, pulverizando sus sofismas…

En resumen, el mundo será puesto enfrente de la verdad; la irradiación divina de la Iglesia brillará ante sus ojos; pero él desviará la cabeza, y dirá: ¡No me interesa! Este desprecio de la verdad, este abuso de las gracias tendrá como consecuencia la revelación del hombre de pecado. La humanidad habrá querido a este amo inmundo: ella lo tendrá. Y por él se producirá una seducción de iniquidad, una eficacia de error (así tradujo Bossuet a San Pablo) que castigará a los hombres por haber rechazado y odiado la Verdad.

Al hablar así, no estamos entregándonos a imaginaciones, sino que seguimos al Apóstol.

En efecto, según él, toda seducción de iniquidad obrará “sobre los que se pierden, por no haber aceptado el amor de la verdad a fin de salvarse. Por eso Dios les enviará una eficacia de error, con que crean a la mentira; para que sean juzgados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia” (II Tes. 2 11-12).


II

Cuando aparezca el hombre de pecado, será, como dice San Pablo, a su tiempo; es decir, en un momento en que el cuerpo de los malvados, endurecido contra los dardos de la gracia, hecho compacto e impermeable por la obstinación de su malicia, reclamará esta cabeza.

Ella surgirá, y Satán hará brillar en ella toda la extensión de su odio contra Dios y los hombres.

El hombre de pecado, el Anticristo, será un hombre, un simple viador hacia la eternidad.

Algunos autores supusieron en él una encarnación del demonio; esta imaginación carece de fundamento. El diablo no tiene el poder de asumir y de unirse una naturaleza humana, de simular el adorable misterio de la Encarnación del Verbo.

Los Padres piensan unánimemente que será judío de origen. Incluso dicen que será de la tribu de Dan (*), fundándose en que esta tribu no es nombrada en el Apocalipsis como dando elegidos al Señor. San Agustín se hace el eco de esta tradición, en su libro de Cuestiones sobre Josué. Se hace muy verosímil por el hecho de que la francmasonería es de origen judío, de que los judíos tienen en manos sus hilos en el mundo entero; lo cual hace pensar que el jefe del imperio anticristiano será un judío. Los judíos, por otra parte, que no quieren reconocer a Jesucristo, siguen esperando a su Mesías. Nuestro Señor les decía:

“Yo vine en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viniere de su propia autoridad, a aquél le recibiréis” (Jn. 5 43). Por este otro, los Padres entienden comúnmente al Anticristo.

Aunque el Anticristo sea llamado el hombre de pecado, el hijo de perdición, no hay que creer que estará destinado al mal, como fatal e irremisiblemente. Recibirá gracias, conocerá la verdad, tendrá un ángel custodio. Tendrá la oportunidad y los medios para alcanzar la salvación, y sólo se perderá por su propia culpa.

Sin embargo, San Juan Damasceno no duda en decir que desde su nacimiento será impuro, totalmente impregnado de los soplos de Satán. Es de creer que, desde el uso de razón, entrará en contacto tan constante e íntimo con el espíritu de las tinieblas, se inclinará al mal con tal obstinación, que no dejará penetrar en su alma ninguna luz sobrenatural, ninguna gracia de lo alto. Permanecerá inmutablemente rebelde a todo bien.

Eso le valdrá el nombre de hombre de pecado. Llevará el pecado hasta su colmo, no haciendo de toda su vida sino un largo acto de rebeldía contra Dios. Por esta constante aplicación al mal, alcanzará un refinamiento de impiedad al que no llegó jamás hombre alguno.

El calificativo de hijo de perdición, que le es común con Judas, quiere decir que su condenación eterna esta prevista por Dios, como castigo de su espantosa malicia, hasta el punto de que está inscrita en las Escrituras y como consignada de antemano. Es probable -y tal es el pensamiento de San Gregorio- que el monstruo conocerá, por una luz salida de los abismos del infierno, la suerte que le espera, que renunciará a toda esperanza para odiar a Dios más a su gusto, que se fijará desde esta vida en la obstinación irremediable de los condenados. Y así realizará en sí mismo el nombre terrible de hijo de perdición. De este modo será verdaderamente el Anticristo, es decir, las antípodas de Nuestro Señor.

Jesucristo se encontraba fuera del alcance del pecado; él se pondrá fuera del alcance de la gracia, por un abandono de todo su ser al espíritu del mal. Jesucristo se orientaba a su Padre con todos los impulsos de una naturaleza divinizada y sustraída a las influencias del mal; él se orientará al mal con todos los impulsos de una naturaleza profundamente viciada y que renunciará incluso a la esperanza.


III

Siendo tan diametralmente opuesto a Nuestro Señor, realizará obras en oposición directa con las suyas. Será para Satán un órgano selecto, un instrumento de predilección.

Así como Dios, al enviar a su Hijo al mundo, lo revistió del poder de hacer milagros, e incluso de devolver la vida a los muertos, del mismo modo Satán, haciendo un pacto con el hombre de pecado, le comunicará el poder de hacer falsos milagros. Por eso dice San Pablo que “su advenimiento será según la operación de Satanás, con todo poder, señales y prodigios falsos”. Nuestro Señor sólo hizo milagros por bondad, y se negó a hacer milagros por pura ostentación; el Anticristo se complacerá en ellos, y los pueblos, por un justo juicio de Dios, se dejarán engañar por sus malabarismos.

Por lo que precede está claro que el Anticristo se presentará al mundo como el tipo más completo de estos falsos profetas que fanatizan a las masas, y que las conducen a todos los excesos bajo el pretexto de una reforma religiosa. Desde este punto de vista, Mahoma parece haber sido su verdadero precursor. Pero el Anticristo lo superará inmediatamente en perversidad, en habilidad, y también en la plenitud de su poder satánico.

En el próximo artículo estudiaremos los orígenes y desarrollo de su poder, y las fases de la guerra de exterminio que desencadenará contra la Iglesia de Jesucristo.


(*) Acerca de la identificación del Anticristo como porcedente de la tribu de Dan algunas citas del Talmud: 

5. El león, el de la tribu de Judá.

Jalqut Schim Gen. XLIX, 9 (1 § 160): Cachorro de león es Judá, Gen. XLIX, 9; es el Mesías, hijo de David, que va a proceder de dos tribus: su padre es de Judá y su madre es de Dan y ambas (tribus) son conocidas como “león”, tal como está escrito: Cachorro de león es Judá y además está escrito: ““Dan es cachorro de león”, Deut. XXXIII, 22. (León de la tribu de Judá: Jesucristo; el cachorro de León, o el que imita al León: el Anticristo).

Sobre la asociación de la tribu de Dan con la Idolatría:


5-8. de la tribu de Judá doce mil sellados, etc.

En la enumeración falta la tribu de Dan y en su lugar está nombrado Manasés. En la literatura rabínica, la tribu de Dan no goza de ningún aprecio especial; generalmente se le reprocha la idolatría.

SDt 34, 1: “Yahvé le mostró el país entero: de Galaad hasta Dan” (Deut. XXXIV, 1), nos enseña que le mostró la descendencia de Dan sirviendo a la idolatría, ver Ri 18, 30. – GnR 98 (62b): “Dan juzgará a su pueblo como cualquier otra tribu de Israel” (Gen. XLIX, 16); como la más excelente de las tribus (es decir, la de Judá). R. Jehoschua b. Nechemja (hacia el 350) dijo: Si no hubiera estado de acuerdo con la más excelente de las tribus, no hubiera presentado uno de los jueces, como lo hizo; ¿y quién fue éste? Fue Sansón, el hijo de Manué. Cf. con respecto a este tema, NuR 14 (175d, 4). - NuR 14 (175d, 8): La bendición de Jacob (Gen. XLIX, 16) a Dan es concedida solamente a causa de Sansón. - SDt 33, 22 § 355 (147b) Moisés hizo dos pequeños comentarios geográficos sobre la bendición de Dan. – Targ. Jerus. I Ex. XVII, 8: “Vino después Amalec e hizo guerra contra Israel en Rafidim” y capturó y mató a los hombres de la casa de Dan, bajo las nubes (la gloria) a causa del culto extraño (= idolatría) que predominaba en ellos. – La expulsión de la tribu de Dan de la nube de la gloria a causa de la idolatría, se encuentra también en el Targ. de Jerusalén I Num. XXII, 41 y XXIII, 1; Deut. XXV, 18; Targ. al Cantar II, 15. – GnR 43 (26c): “Abraham los persiguió hasta Dan” (Gen. XIV, 14). Allí estaba la idolatría, y ésta perjudicó por delante y por detrás. Perjudicó por delante, como está escrito: “Los persiguió hasta Dan” (afuera, para impedir perseguir más adelante allí idolatría futura). Perjudicó por detrás, como está escrito: “Se oye desde Dan el resoplido de sus caballos” (Jer. VIII, 16). – NuR 2 (137b): Del norte viene la obscuridad al mundo, y corresponde (acampa al norte) a la tribu de Dan (Num. II, 25), a causa de la idolatría, la obscuridad se dará en toda la tierra. Pues Roboam había hecho dos becerros de oro, y la idolatría es la obscuridad, ver Is. XXIX, 15. Y Roboam fue a todos los israelitas, pero sólo la tribu de Dan lo recibió. Ver III Rey. XII, 28. – Lo mismo PesiqR 46 (188ab). – Otras opiniones desfavorables sobre la tribu de Dan, ver Pesiq 99ª; Targ. Jer. I Num. XI, 1; Targ. Jer. VIII, 16.


PAX VOBIS.

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