LA MISA ATROPELLADA (III/IV)

 


LA MISA ATROPELLADA por SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO.

III PARTE

DE LA CELEBRACIÓN MISMA



- De la reverencia que hay que tener durante la celebración de la Misa

El sacerdote ha de conducirse en la celebración de la Misa con la reverencia debida a tan grande sacrificio. Veamos, pues, en qué consiste ésta reverencia.

Consiste en primer lugar en prestar atención a las palabras de la Misa y luego, en observar exactamente las ceremonias prescriptas por las rúbricas.

1. Atención a las palabras

En cuanto a la atención que se ha de prestar, debemos tener presente que peca el sacerdote cuando se distrae voluntariamente durante la celebración de la Misa, y, como dicen los doctores, pecaría mortalmente el sacerdote que se distrajera voluntariamente durante la consagración y la comunión o solamente durante una parte notable del canon. Uno de ellos (por lo general benévolo: Tamburrini), al hablar de este punto se expresa así: "El sacerdote que voluntariamente se distrae durante una parte notable del Santo Sacrificio, por ejemplo, en las oraciones del canon, peca mortalmente. Juzgo grande irreverencia que en el tiempo que se profesa tributar a Dios los supremos honores se le falte al respeto con distracciones voluntarias".

Yo también sostengo lo mismo, digan lo que digan ciertos autores, porque, (dejando aparte la cuestión de si la atención interior es o no de esencia en la oración), defiendo que el sacrificio del altar no es solamente una oración, sino el acto por excelencia del culto de religión. Es culpable de grande irreverencia quien, en el momento en que tiene que venerar religiosamente a Dios, se distrae voluntariamente con pensamientos extraños.

Por este motivo advierten las rúbricas: "Cuando hay que pronunciar las palabras en alta voz, debe tener mucho cuidado el sacerdote de pronunciarlas distinta, claramente y sin precipitación, de modo que pueda darse cuenta de lo que se lee".

2. Observancia de las rúbricas y cómo hay que observarlas a todas

Por lo que hace al cumplimiento de las ceremonias prescriptas por las rúbricas en la celebración de la Misa, San Pío V, en la Bula colocada al principio del misal, ordena "formalmente y en virtud de santa obediencia que se celebre la Misa según el rito del Misal, observando las ceremonias, el rito y cada una de las reglas allí formalmente trazadas".

Razón tiene, por tanto, el P. Suárez en decir que no se puede excusar de pecado venial la omisión de cualquier ceremonia prescrita por las rúbricas, como una bendición, una genuflexión, una inclinación y otras ceremonias semejantes.

Benedicto XIII lo declaró expresamente en el Concilio Romano, leemos con motivo de la celebración de la Misa: "Los sacerdotes no pueden, sin pecado, omitir o cambiar aún la más pequeñita de las rúbricas".

Santa Teresa decía: "Sabía bien de mí que en cosa de la fe, contra la menor ceremonia de la Iglesia que alguien viese yo iba, por ella o por cualquier verdad de la Sagrada Escritura me ponía yo morir mil muertes". Y ¿se atreve el sacerdote a tratarlas a la ligera?".

3. De la perfecta exactitud de las rúbricas

Es igualmente pecado despachar las ceremonias precipitadamente, como sostiene La Croix, de acuerdo con Pasqualigi, o hacerlas a medias, como dice el P. Concilia hablando de aquellos sacerdotes que al arrodillarse no fijan la rodilla en la tierra, o que en vez de besar el altar hacen sólo el ademán de besarlo, o que hacen imperfectamente la cruz, contraviniendo las rúbricas que preceptúan estas delicadezas.

Desempeñar mal las ceremonias prescriptas equivale a omitirlas, según aquel axioma del derecho: "Hacer mal las ceremonias equivale a omitirlas".

4. Peligro de pecar

Además, dicen comúnmente los doctores, (como Wigand, Roncaglia, Concina y La Croix), que quien omite las ceremonias de la Misa en cantidad notable, aún cuando fuesen de las menos importantes, no se excusarían de falta grave, porque tales omisiones repetidas en el mismo sacrificio se unen y constituyen materia grave, ya que tal acumulamiento forma grave irreverencia contra el Santo Sacrificio.

Recordemos que hasta en la ley antigua castigaba el Señor a los sacerdotes que descuidaban las ceremonias prescriptas en aquellos sacrificios, que no eran sino simples figuras del nuestro: "Si no escuchas la voz de Yahvé, tu Dios, cuidando de practicar todos sus preceptos y leyes que hoy te intimo, te sobrevendrán todas estas maldiciones y, te alcanzarán: maldito serás en la ciudad y maldito en el campo. Malditas tu cesta y tu artesa, malditos el fruto de tu vientre y el fruto de tu suelo, el parto de tu vacada y las crías de tu rebaño. Maldito en tu entrar y maldito en tu salir". (Deut. 28).

5. De la inobservancia de las rúbricas

Al ver cómo celebran tantos sacerdotes, con tal precipitación y atropello de las ceremonias, sería preciso llorar, y llorar lágrimas de sangre. Se les podría aplicar muy bien lo que Clemente Alejandrino decía de los sacerdotes paganos que convertían el cielo en una comedia y a Dios en un objeto de comedia: "¡Oh impiedad, hicisteis del cielo una escena de teatro, y Dios no es para vosotros sino un histrión más!".


Pero ¿qué digo comedia? Si estos desgraciados tuvieran que representar el papel de cómicos, ¡que atentos estarían a ello!

Y ¿cuál es la atención que ponen en la celebración de la Misa? Palabras mutiladas, genuflexiones a medio hacer, que más bien parecen actos de desprecio que de reverencia, bendiciones cuyas cruces no se sabe qué quieren significar, modos de gesticular en el altar que excitan la hilaridad. Después de la consagración tocan la sagrada hostia y el cáliz consagrado como si fuera un trozo de pan y un vaso de vino, mezclan desordenadamente las palabras con las ceremonias, anteponiendo unas a otras antes del tiempo destinado para cada una. En resumen: que toda su celebración no es, desde el principio hasta el fin, más que un cúmulo confuso de desórdenes e irreverencias.



6. Grave insulto al Santísimo Sacramento

¿De dónde se desprende todo esto? De la ignorancia de las rúbricas, que se ignoran y no se intentan aprender. Y también del afán de terminar la Misa lo más pronto posible. Diríase que tales sacerdotes celebran como si fuera a caerse la Iglesia o estuvieran para asaltarla los turcos y no hubiese tiempo para escapar.

Y acontecerá que más de uno habrá gastado más de dos horas en asuntos mundanal es, charlando en una tienda o en la sacristía, y luego atropellarán la celebración, sin más cuidado que acabarla lo antes posible.

Sería bueno que hubiera siempre alguien que les murmurase al oído lo que el Beato P. Maestro Juan de Ávila dijo subiendo al altar en que celebraba cierto sacerdote por este estilo: "Trátelo bien, que es hijo de buen padre".

Dios ordenó a los sacerdotes del Antiguo Testamento que se acercaran al santuario temblorosos de reverencia. Y el sacerdote del Nuevo, ¿se atreverá a conducirse con tamaña irreverencia cuando, al hallarse en el altar ante la presencia real de Jesucristo, lo toma en sus manos, lo sacrifica y se alimenta de él?.

El sacerdote en el altar, como dice San Cipriano (y así es en realidad) representa la misma persona de Jesucristo. Por eso dice en persona de Jesucristo: Hoc est enim Corpus Meum (Esto es mí cuerpo)... Hic est enim Cálix Sánguinis Mei (Este es el cáliz de mí Sangre).

¡Dios mío!, al ver a tantos sacerdotes como hoy celebrar con tales irreverencias... ¿Qué habrá que decir? ¿Que representan a Jesucristo o a tantos saltimbanquis que se ganan la vida embobando a la aldeanía con su juego de manos?.

El Sínodo de Spalatro se expresa así: "La mayoría de los sacerdotes se esfuerzan en no celebrar bien, sino en despachar la Misa; ejecutar un acto de piedad, sino en sostener un modo de vivir. De aquí que tales celebraciones sean no ya un acto de Religión, sino un tráfico y un negocio lucrativo".

Y aún hay algo de admirar, (o por mejor decir, que deplorar), y es ver hasta a religiosos, y aún a religiosos de Órdenes reformadas y observantes, celebrar con tal precipitación y atropellando de tal modo las ceremonias, que escandalizarían hasta a los idólatras y no obrarían peor que si fuesen sacerdotes seculares más relajados.

7. Cómo edifica la exacta observancia de las rúbricas

Nótese que los sacerdotes que celebran de modo tan indigno pecan, no sólo porque cometen grave irreverencia contra el Santo Sacrificio, sino a la vez, porque escandalizan gravemente a las personas que asisten a la Misa.

Así como el Santo Sacrificio celebrado devotamente infunde gran devoción y veneración, de igual manera celebrado irreverentemente hace perder el concepto y veneración que le son debidos.

Se cuenta de San Pedro de Alcántara que una sola de sus Misas, que celebraba con el fervor que le caracterizaba, hacía mayor bien a las almas que los sermones de los predicadores de la provincia donde se hallase.

Dice el Concilio de Trento que la Iglesia al instituir las ceremonias no se propuso más fin que el de inspirar a los fieles la veneración debida al sacrificio del altar y a los sublimes misterios que encierra.

8. Cómo escandaliza la inobservancia de las rúbricas

Estas ceremonias, desempeñadas negligentemente y con precipitación, lejos de inspirar en los fieles veneración hacia tan santo misterio, hacen que la pierdan totalmente.

Las Misas celebradas con poca reverencia dan pie para que el pueblo haga poco caso del Santísimo Sacramento, y, como dice Pedro Blesense de Blois: "De la desordenada e indisciplinada muchedumbre de sacerdotes proviene hoy día que se llegue a menospreciar el venerable Sacramento de nuestra redención".

Por esto el Concilio de Tours, celebrado en el año 1583, ordenó que los sacerdotes estuviesen bien instruidos en las ceremonias de la Santa Misa, dando para ello esta notable razón: "No sea que aparten de la devoción al pueblo a ellos encomendado, antes de inducirlos a la veneración de los misterios".

¿Cómo pretenderán, pues, los sacerdotes con tan indevotas celebraciones alcanzar el perdón de sus pecados y gracias de Dios, si al tiempo de ofrecerlas le ofenden, causándole más deshonra que honor? "Con la celebración del sacrificio - dice el Papa San Julio - se borran los pecados. Y ¿qué se podrá ofrecer al Señor en expiación de los pecados cometidos hasta en la oblación del mismo Sacrificio?".

Ofendería a Dios el sacerdote que no creyese en el sacramento de la Eucaristía, pero se ofende aún más el que, creyendo en él, no le tributa el debido respeto. Es responsable de que aquellos que le ven celebrar con tan poca reverencia, pierdan el respeto que conservarían si él obrara de otro modo.

Los judíos respetaron a Jesucristo al principio de su predicación; pero cuando vieron cómo lo despreciaban los sacerdotes, perdieron el buen concepto que de Él tenían, y acabaron por gritar con los mismos sacerdotes: "Quita, Quita, ¡Crucifícale!". Así también hoy los fieles, viendo el atropello y ligereza con que los sacerdotes celebran la Misa, le pierden el respeto y la veneración.

9. La inobservancia de las rúbricas quita la fe de los asistentes

Como antes dijimos, la Misa celebrada devotamente inspira devoción a cuántos la oyen, en cambio, cuando se la celebra atropelladamente consigue que se pierda la devoción y casi la fe. Cierto religioso, muy digno de fe, me refirió un caso impresionante a este respecto. Lo relata también el P. Serafín María Loddi, dominico, en su opúsculo titulado "Motivos para celebrar la Misa sin precipitación, etc.".

Había en Roma un hereje resuelto a abjurar, como lo había prometido al Sumo Pontífice Clemente XI. Pero después que vió en cierta iglesia celebrar la Misa sin devoción, se escandalizó hasta el punto de que fue al Papa y le anunció que ya no quería abjurar, porque estaba persuadido de que ni los sacerdotes ni el Papa creían en los dogmas de la Iglesia Católica. El Papa le respondió que por la falta de devoción de un sacerdote o de muchos sacerdotes descuidados no se podían poner en tela de juicio las verdades de fe enseñadas por la Iglesia. A lo que respondió el hereje: "Si yo fuese Papa y supiera que había un sacerdote que celebrar con tamaña irreverencia, lo haría quemar vivo. Como veo que hay en Roma sacerdotes que celebran tan indignamente, y hasta en presencia del Papa y no se les castiga, me he persuadido de que ni el Papa cree". Y habiendo dicho esto se despidió y permaneció obstinado en la voluntad de no abjurar.

He de añadir a este propósito que está misma mañana, mientras me hallaba yo escribiendo la presente obrita, luego de oír una Misa celebrada de esta forma, no pudo menos de decir a un compañero de nuestra Congregación, que me lo ha contado: "A la verdad que estos sacerdotes con tales Misas nos hacen perder la fe".

Escuchemos las quejas que éste lamentable escándalo arranca al Cardenal Belarmino, citado por Benedicto XIV en su Bulario: "Otra cosa muy digna de lágrimas irrestañables es la negligencia o perversidad de ciertos sacerdotes cuando celebran con tanta irreverencia. Se diría que no creen en la presencia real de la Divina Majestad en la Hostia consagrada. En efecto, hay sacerdotes que celebran sin atención, si fervor, sin respeto y con increíble apresuramiento, como si no creyesen que Jesucristo está realmente presente en sus manos o pensasen que no les ve". ¡Pobres sacerdotes!

El Beato P. Juan de Ávila, al oír que cierto sacerdote acababa de morir después de haber celebrado una sola Misa, exclamó: "¡Harto habrá tenido que responder a Dios por esa Misa!". ¿Que no hubiera dicho de los sacerdotes que la celebran durante treinta o cuarenta años escandalosamente?.

10. Castigos terribles

Cuentan los anales de los P.P. Capuchinos el siguiente caso a propósito de la Misa atropellada: Había un párroco que celebraba con toda rapidez y sin el menor respeto. Un buen día, al entrar en la sacristía luego de la celebración, lo reprendió severamente el P. Mateo Barssi, general de los capuchinos, diciéndole que su Misa, lejos de edificar, escandalizaba a los fieles, por lo que le rogaba que ma celebrase con la debida gravedad o que, al menos, dejará de celebrarla para no volver a dar al pueblo el escándalo que daba. De tal modo se enfadó el párroco con aquella reprimenda, que se despojó apresuradamente de las vestiduras sagradas y corrió tras el religioso para darle a entender su enojo. Al no hallarlo, se retiró a su casa, en la que muy luego fue asaltado por ciertos enemigos suyos. Quedó tan malamente herido, que murió el desgraciado infelizmente en el espacio de una hora.

Entonces se desencadenó tan fiera tempestad de vientos huracanados , que desarraigaba las encinas seculares y lanzaba por los aires a los rebaños.

Se oyó luego a un poseso exclamar que todos los demonios de los contornos se habían aunado para impedir la conversión de este sacerdote y que, obtenida la victoria, en señal de triunfo habían desencadenado tal tempestad.


PAX VOBIS.





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