LA MISA ATROPELLADA (I/IV)


De título original "La Messa Strapazzata" es un opúsculo del santo Obispo y Fundador Alfonso María de Ligorio, gran Doctor de la Iglesia, dirigido a los sacerdotes para hacerles tomar en cuenta la importancia del Santo Sacrificio de la Misa, la dignidad y cuidado con que debe ser celebrada y la fuente de gracias y de santificación que les resulta de su piadosa celebración. No pierde en vigencia para el clero actual, de hecho, pareciera que en estos tiempos cobrara un nuevo vigor y vitalidad, y si bien es preferentemente para los sacerdotes también lo traemos a colación de nuestros lectores como perla de doctrina de este gran Santo y de espiritualidad redentorista.

Que estas palabras calen muy profundo en nuestros corazones y nos haga conscientes del tesoro grandísimo que tenemos en el Santo Sacrificio de la Misa, mirándola con amor y agradecimiento a la Divina Bondad que nos ha querido colmar en su amor hasta el punto de darnos la Víctima perfecta, su propio Hijo Jesucristo, para nuestra salvación, y guardémonos de mirar con desprecio estas palabras atendiendo a las de Nuestro Señor Jesucristo que en su santo Evangelio nos dice: "Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos" (S. Mt. 5, 19).

Éste precioso opúsculo se dividirá en cuatro entregas, de las cuales esta es la primera:


 
LA MISA ATROPELLADA por SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO.

SECCIÓN I

I. ESTIMA QUE EL SACERDOTE HA DE TENER AL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA

1. La Misa es la más sublime de más acciones humanas

Nunca podrá el sacerdote celebrar la Misa con la devoción requerida por tan augusto Sacrificio. El hombre no puede llevar a cabo acción más sublime ni más santa.

Afirma el Concilio de Trento: "No dudamos confesar que los fieles siervos de Cristo es imposible que puedan ejecutar obra tan santa y divina como este tremendo misterio".

Ni aún el mismo Dios puede hacer que haya en el mundo acción más grande que la celebración de una Misa.

2. Es un honor infinito tributado a Dios

Todos los sacrificios del Antiguo Testamento (con los que tanto se honraba a Dios), no eran sino sombra y figura del sacrificio de nuestros altares.

Cuantos honores han tributado y tributarán a Dios todos los ángeles con sus homenajes y todos los hombres con sus obras, penitencias y martirios, nunca pudieron ni podrán jamás tributar a Dios tanta gloria como la que le tributa una sola Misa.

Los honores de las criaturas son limitados. El honor que Dios recibe en el altar es un honor infinito, porque en él se le ofrece una víctima de infinito precio.

La Santa Misa tributa a Dios el más grande honor que puede tributársele. Es la obra que más abate las fuerzas del infierno. Procura el más poderoso sufragio a las almas del Purgatorio. La que más apacigua la encendida cólera de Dios en contra de los pecadores y la que proporciona a los hombres en la tierra mayor cúmulo de bienes.





3. La Misa, fuente de todas las gracias

Nos está prometido que alcanzaremos de Dios cuanto le pidamos en el nombre de Jesucristo. Nuestro Redentor está en el cielo intercediendo continuamente por nosotros. Pero, sobre todo, lo hace durante la celebración de la Misa. Entonces se ofrece a sí mismo al Padre por manos del sacerdote para alcanzarnos toda clase de gracias.

Si supiésemos que todos los Santos, en unión de la Madre de Dios, ruegan por nosotros, ¿cuál no sería nuestra confianza en los favores celestiales? Pues bien: una sola plegaria de Jesucristo puede infinitamente más que todas las de los santos.

¡Pobres de nosotros, pecadores, si no existiera este sacrificio, que aplaca al Señor! "En consideración de éste Sacrificio - dice el Concilio de Trento - calma Dios su ira y, alcanzándonos la gracia de la penitencia, nos perdona los pecados y hasta las mayores iniquidades".

En una palabra, así como bastó la Pasión de Jesucristo para salvar a todo el mundo, basta también una sola Misa para salvarlo. Por esto el sacerdote dice en la oblación del cáliz: "Te ofrecemos, Señor, este cáliz... por nuestra salvación y la del mundo entero".

4. La Misa es la mayor gracia que da Dios a los hombres

La Misa es el más bello y precioso tesoro que posee la Iglesia, como predijo el profeta: ¡Qué felicidad, qué hermosura: el trigo hará florecer a los jóvenes y el vino nuevo a las muchachas! ( Zac. 9, 17).

En la Misa el Verbo Encarnado se sacrifica al Eterno Padre y se nos entrega en el sacramento de la Eucaristía, que es el fin y objeto de todos los demás sacramentos, como enseña Santo Tomás: "Los santos sacramentos tienen su coronamiento en la Eucaristía".

Por eso dice San Buenaventura que la Eucaristía es la obra en la que Dios nos pone ante los ojos todo el amor que nos tiene, y que es como un compendio de todos los beneficios que nos ha dispensado.

Por esto procuró siempre el demonio abolir en el mundo la Misa por medio de los herejes, constituyéndolos precursores del Anticristo, el cual, ante todo, procurará abolir (y abolirá en efecto) el Santo Sacrificio del Altar en castigo de los pecados de los hombres, según predijo el profeta Daniel: "Y un ejército fue colocado sobre el sacrificio cotidiano". (Dan. 11, 12).

5. Igual a la Encarnación

San Buenaventura añade que Dios nos hace en cada Misa un favor no menor que el que nos hizo al encarnarse.

De modo que - como dicen los doctores - si Jesucristo no hubiera aparecido aún sobre la tierra, el sacerdote lo pudiera hacer aparecer con sólo pronunciar las palabras de la consagración, conforme a la célebre sentencia de San Agustín: "¡Oh, venerable dignidad la de los sacerdotes, en cuyas manos se encarna el Hijo de Dios como en el seno de la Virgen Madre!".

6. Tan grande como la muerte de Jesucristo en la Cruz

El sacrificio del altar no es más que la ampliación del sacrificio de la Cruz. De ahí deduce Santo Tomás que de cada Misa, como del sacrificio de la Cruz, brotan para todos los hombres los mismos bienes y hasta la misma salvación que les procuró el sacrificio de la Cruz.

San Juan Crisóstomo se expresa de manera semejante: "La celebración de la Misa vale tanto como la muerte de Cristo en la cruz. Y la Santa Iglesia corrobora plenamente esta doctrina cuando dice: "Siempre que se celebra la memoria de esta Hostia, se realiza a la vez la obra de nuestra redención".

Añade el Concilio de Trento: "el mismo Salvador que se ofreció por nosotros en la cruz se sacrifica sobre el altar por medio de los sacerdotes, siendo la única diferencia el modo de ofrecer".

De aquí se deduce que por medio del sacrificio del altar se nos aplica el sacrificio de la cruz. La Pasión de Jesucristo nos ha hecho capaces de la redención, la Misa nos pone en posesión y hace que disfrutemos de sus méritos.

SECCIÓN II

II. DE LO QUE HA DE HACER EL SACERDOTE PARA CELEBRAR DIGNAMENTE LA SANTA MISA


1. El sacerdote tiene que vivir santamente

La Misa es la obra más santa y divina que se puede ejecutar. Por eso - como señala el Concilio de Trento - hay que poner todo cuidado y solicitud para celebrarla con la mayor pureza interior y con las mayores muestras exteriores de piedad y devoción.

Dice también el Concilio que la maldición fulminada por Jeremías contra "quien hace la obra de Yahvé con negligencia" (Jer. 48, 10) se aplica precisamente a los sacerdotes que celebran con irreverencia la Misa. Es entre todas, la más grande y elevada de cuantas acciones pueda ejecutar el hombre para honrar a su Creador. Y añade que difícilmente puede cometerse semejante irreverencia sin incurrir en manifiesta impiedad.

2. Antes, durante y después de la Misa

Para que el sacerdote no se haga reo de tan gran irreverencia y a la vez de la divina maldición que la acompaña, consideremos lo que ha de hacer antes de celebrar, durante la celebración y después de haberla celebrado.

I. Antes de acercarse al altar tiene que prepararse.

II. Durante la celebración ha de proceder con toda la reverencia requerida.

III. Después de haber celebrado tiene que dedicarse a la acción de gracias.




PAX VOBIS.

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