MES DE MARÍA- DÍA DÉCIMO
Mes de Mayo consagrado a la Santísima Virgen Maria, tomado del libro "Las Glorias de Maria" de San Alfonso de Ligorio- Día 10 de Mayo.
DEVOCIÓN DEL MES DE MARÍA SANTÍSIMA
Al inicio:
Venid, amantes hijos,
Con flores de alegría,
Con flores a María,
Que madre nuestra es
De nuevo aquí nos tienes,
Purísima doncella
Más que la luna bella
Postrados a tus pies,
Venimos a ofrecerte
Flores del bajo suelo;
Con cual ardiente anhelo,
Señora tu lo vez.
Con ella presentamos
Para alcanzar tus dones
Rendidos corazones,
Si bien ya lo posees.
Jamás tu amor consienta
Que en este triste mundo,
Fiero cual mar profundo,
Sufran algún revés.
No solos ¡hay! Los dejes,
No solos ir surcando,
Porque sin ti luchando
Darán luego al través.
Gobierne el frágil leño
Tu brazo poderoso
Y siempre hasta el dichosos
Puerto velando estés.
Y así a tus dulces ojos
Hoy nuestras flores placen,
Las que en la gloria nacen
En premio tú nos des.
DÍA 10: María socorre a san Francisco de Sales
Muy bien
experimentó la fuerza de esta oración (“Acordaos”) san Francisco de Sales, como
se narra en su vida. Tenía el santo unos diecisiete años y se encontraba en
París dedicado al estudio y entregado al santo amor de Dios, disfrutando de
dulces delicias de cielo. Mas el Señor, para probarlo y estrecharlo más a su
amor, permitió que el demonio le obsesionase con la tentación de que todo lo
que hacía era perdido porque en los divinos decretos estaba reprobado. La
oscuridad y aridez en que Dios quiso dejarlo al mismo tiempo, porque se
encontraba insensible a los pensamientos más dulces sobre la divina bondad,
hicieron que la tentación tomara más fuerza para afligir el corazón del santo
joven, hasta el punto de que por esos temores y desolaciones perdió el apetito,
el sueño, el color y la alegría, de modo que daba lástima a todos los que lo
veían.
Mientras duraba
aquella terrible tempestad, el santo joven no sabía concebir otros pensamientos
ni proferir otras palabras que no fueran de desconfianza y de dolor. “¿Con que
–decía– estaré privado de la gracia de Dios, que en lo pasado se me ha mostrado
tan amante y suave? ¡Oh amor, oh belleza a quien he consagrado todos mis
afectos! ¿Ya no gozaré más de tus consolaciones? ¡Oh Virgen Madre de Dios, la
más hermosa de todas las hijas de Jerusalén! ¿Es que no te he de ver en el
paraíso? Ah Señor, ¿es que no he de ver tu rostro? Al menos no permitas que yo
vaya a blasfemar y maldecirte en el infierno”. Estos eran los tiernos
sentimientos de aquel corazón afligido y enamorado de Dios y de la Virgen.
La tentación
duró un mes, pero al fin el Señor se dignó librarlo por medio de María
santísima, la consoladora del mundo, a la que el santo había consagrado su
virginidad y en la que afirmaba tener puesta toda su confianza.
Entre tanto,
una tarde, yendo hacia casa, vio una tablilla pegada al muro. La leyó, y era la
siguiente oración: “Acordaos, piadosísima María, que jamás se ha oído decir que
ninguno de los que han acudido a ti se haya visto por ti desamparado”. Postrado
junto al altar de la Madre de Dios rezó con afecto aquella oración, le renovó
su voto de castidad y prometió rezarle todos los días un rosario. Y luego
añadió: “Reina mía, sé mi abogada ante tu divino Hijo, al que no me atrevo a
recurrir. Madre mía, si yo, infeliz, en la otra vida no puedo amar a mi Señor
que es tan digno de ser amado, al menos consígueme que te ame en este mundo inmensamente.
Esta es la gracia que te pido y de ti la espero”. Así rezó a la Virgen y se
abandonó por completo en brazos de la divina misericordia, resignado
completamente a la voluntad de Dios. Pero apenas había concluido su oración, en
un instante la Virgen le libró de la tentación. Recuperó del todo la paz del
alma y la salud corporal y siguió viviendo devotísimo de María, cuyas alabanzas
y misericordias no cesó de anunciar en predicaciones y libros toda la vida.
ORACIÓN EN
DEMANDA DEL SOCORRO DE MARÍA
¡Madre de Dios
y reina de los ángeles!
¡Esperanza de los hombres!
¡Mira al que te llama y a ti recurre!
Me postro ante ti, yo, pobre esclavo,
me consagro por tu siervo para siempre
y me ofrezco a servirte y honrarte
cuanto pueda, toda la vida.
¡Esperanza de los hombres!
¡Mira al que te llama y a ti recurre!
Me postro ante ti, yo, pobre esclavo,
me consagro por tu siervo para siempre
y me ofrezco a servirte y honrarte
cuanto pueda, toda la vida.
Poco puede honrarte
un esclavo tan ruin y rebelde
que tanto ha ofendido a mi Dios y Redentor.
Pero si me aceptas, aunque sin merecerlo,
y con tu intercesión me haces digno,
tu misma misericordia me hará santo
y te daré el honor que yo solo no puedo.
Acéptame y no me rechaces, Madre mía.
un esclavo tan ruin y rebelde
que tanto ha ofendido a mi Dios y Redentor.
Pero si me aceptas, aunque sin merecerlo,
y con tu intercesión me haces digno,
tu misma misericordia me hará santo
y te daré el honor que yo solo no puedo.
Acéptame y no me rechaces, Madre mía.
Estas ovejas
perdidas
vino a rescatar el Verbo eterno,
y por salvarlas se hizo Hijo tuyo.
¿Despreciarás a esta oveja extraviada
que a ti recurre para encontrar a Jesús?
Ya está entregado el rescate que me salva;
mi Salvador ya derramó su sangre preciosa,
la que basta para salvar mil mundos.
vino a rescatar el Verbo eterno,
y por salvarlas se hizo Hijo tuyo.
¿Despreciarás a esta oveja extraviada
que a ti recurre para encontrar a Jesús?
Ya está entregado el rescate que me salva;
mi Salvador ya derramó su sangre preciosa,
la que basta para salvar mil mundos.
Basta que esa
sangre se me aplique,
y esto en tus manos está, Virgen bendita.
En tus manos está salvar al que quieres.
Ayúdame, mi reina, y sálvame.
En ti confío, a tu intercesión me entrego.
Salud de los que te invocan, sálvame.
PAX VOBIS.
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