MES DE MARÍA- DÍA VIGÉSIMO OCTAVO
Mes de Mayo consagrado a la Santísima Virgen Maria, tomado del libro "Las Glorias de Maria" de San Alfonso de Ligorio- Día 28 de Mayo.
DEVOCIÓN DEL MES DE MARÍA SANTÍSIMA
Al inicio:
Venid, amantes hijos,
Con flores de alegría,
Con flores a María,
Que madre nuestra es
De nuevo aquí nos tienes,
Purísima doncella
Más que la luna bella
Postrados a tus pies,
Venimos a ofrecerte
Flores del bajo suelo;
Con cual ardiente anhelo,
Señora tu lo vez.
Con ella presentamos
Para alcanzar tus dones
Rendidos corazones,
Si bien ya lo posees.
Jamás tu amor consienta
Que en este triste mundo,
Fiero cual mar profundo,
Sufran algún revés.
No solos ¡hay! Los dejes,
No solos ir surcando,
Porque sin ti luchando
Darán luego al través.
Gobierne el frágil leño
Tu brazo poderoso
Y siempre hasta el dichosos
Puerto velando estés.
Y así a tus dulces ojos
Hoy nuestras flores placen,
Las que en la gloria nacen
En premio tú nos des.
DÍA 28: Un convertido por su devoción a los dolores de María
Este ejemplo no está en los libros, sino que me lo ha referido un sacerdote compañero mío como acaecido a él mismo. Mientras este sacerdote estaba confesando en una iglesia –no se dice la ciudad por prudencia, aunque el penitente dio licencia para publicar su caso– se colocó al frente de él un joven que parecía titubear entre confesarse y no confesarse. Mirándolo el padre varias veces, al fin lo llamó y le preguntó si deseaba confesarse. Respondió que sí, pero como la confesión parecía que iba a ser larga, el confesor se fue con él a una habitación aislada.
El penitente comenzó por decirle que era un noble forastero y que no comprendía cómo Dios le podía perdonar con la vida que había llevado. Además de los incontables pecados deshonestos, homicidios y demás, le dijo que habiendo desesperado de su salvación se había dedicado a pecar, no tanto por satisfacción cuanto por desprecio a Dios y por el odio que le tenía. Dijo que poco antes, esa misma mañana, había ido a comulgar; pero ¿para qué? Para pisotear la hostia consagrada. Y que, en efecto, habiendo comulgado, iba a ejecutar su horrendo pensamiento, pero no pudo hacerlo porque le veía la gente. Y en ese momento entregó al sacerdote la santa hostia envuelta en un papel. Le contó después que pasando por delante de aquella iglesia había sentido un impulso muy grande de entrar, y que no pudiendo resistir había entrado. Después le había acometido un gran remordimiento de conciencia con un deseo confuso de confesarse, que por eso se había puesto ante el confesionario; pero estando allí era tanta su confusión y desconfianza que quería marcharse, pero parecía como si alguien le retuviera a la fuerza; hasta que usted, padre, me llamó. Ahora me encuentro aquí para confesarme, pero no sé cómo.
El padre le preguntó si había tenido alguna devoción a la Virgen María durante ese tiempo, porque tales golpes de conversión no suceden sino por las poderosas manos de María. “¿Qué devoción podía tener? Nada, padre; yo estaba condenado”. Pero metiendo la mano en el pecho, notó que tenía el escapulario de la Virgen Dolorosa. “Hijo –continuó el confesor–, ¿no ves que la Virgen es la que te ha otorgado esta gracia? Y has de saber que esta iglesia está consagrada a la Virgen”. Al oír esto el joven se enterneció, comenzó a compungirse y a llorar. Mientras manifestaba sus pecados creció a tal punto su compunción y llanto, que se desmayó. El padre lo reanimó y finalmente acabó la confesión, lo absolvió con gran consuelo, y del todo contrito y resuelto a cambiar de vida se despidió para volver a su patria, dando licencia al confesor para anunciar públicamente la gran misericordia que con él había tenido María.
ORACIÓN DE OFRECIMIENTO A DIOS
Santa Madre de Dios y Madre mía, María.
¿Tanto te interesaste por mi salvación
que llegaste a ofrecer al sacrificio
lo más querido para tu corazón,
a tu adorado Jesús?
Si tanto deseas que me salve,
con razón pongo en ti mi confianza
después de colocarla en Dios.
Virgen bendita, en ti confío del todo.
Por el mérito del gran sacrificio
que en este día ofreciste a Dios
al entregarle la vida de tu Hijo,
ruégale que tenga piedad de mi alma
por la que este cordero inmaculado
quiso morir en la cruz.
Quisiera, Reina mía, en este día,
a semejanza tuya,
ofrecer a Dios mi pobre corazón;
mas temo que lo rechace
al verlo tan enfangado y sucio.
Pero si tú se lo ofreces
no lo rehusará, pues las ofrendas
que le llegan en tus manos,
todas las recibe y agradece.
Me presento, María, para consagrarme a ti;
ofréceme al eterno Padre,
junto con Jesús,
como algo que te pertenece;
y ruégale que por los méritos de tu Hijo
y en consideración a ti,
me acepte y me tome por suyo.
Madre mía dulcísima,
por el amor de tu Hijo sacrificado
ayúdame siempre y no me abandones.
No permitas que a mi Redentor
tan amable, y por ti ofrecido,
lo vaya a perder por mis pecados.
Dile que soy tu siervo; dile que en ti
tengo depositada mi esperanza;
dile, en fin, que quieres mi salvación;
que él seguro te habrá de escuchar. Amén.
Rezar tres Avemarías y una Salve.
PAX VOBIS.
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