MES DE SAN JOSE- DÍA SEGUNDO
Día 02 de Marzo en honor al,Glorioso Patriarca San Jose.
MES DE MARZO DEDICADO A SAN JOSE
ORACIÓN PREPARATORIA
Acto de Contrición: Señor mío Jesucristo, etc.
Oh gloriosísimo Padre de Jesús, Esposo de María. Patriarca y Protector de la Santa Iglesia, a quien el Padre Eterno confió el cuidado de gobernar, regir y defender en la tierra la Sagrada Familia; protégenos también a nosotros, que pertenecemos, como fieles católicos. a la santa familia de tu Hijo que es la Iglesia, y alcánzanos los bienes necesarios de esta vida, y sobre todo los auxilios espirituales para la vida eterna. Alcánzanos especialmente estas tres gracias, la de no cometer jamás ningún pecado mortal, principalmente contra la castidad; la de un sincero amor y devoción a Jesús y María, y la de una buena muerte, recibiendo bien los últimos Sacramentos. Concédenos además la gracia especial que te pedimos cada uno en esta novena.
Pídase con fervor y confianza la gracia que se desea obtener.
A continuación rezar la oración del día que corresponda
Día 02 de Marzo- HOMBRE DE LOS PROYECTOS DIVINOS
Durante tu vida, tú, San José, no te has preocupado por hacer cosas grandes, sino por cumplir bien la voluntad de Dios, inclusive en las cosas más sencillas y humildes, con mucho empeño y amor.
Enséñame, San José, la prontitud en buscar y realizar la voluntad de Dios.
Por una maravillosa disposición de la divina providencia, San José, cuya vida fue tan oscura y escondida a los ojos de los hombres, puede servir de perfecto modelo a todos los cristianos de vida interior, que en cualquier condición quieren servir fielmente a Jesucristo, y marchar en su seguimiento en el camino de la perfección. Podemos decir de San José lo que San Ambrosio dijo de la Santísima Virgen: Talis fuit Maria, ut ejus vita omnium sit disciplina, La vida interior consiste esencialmente en el recogimiento del espíritu, en la vigilancia de todos los afectos del corazón, y en una constante unión con Dios; es la feliz disposición de un alma que, alejada de las cosas externas y sensibles, se ocupa continuamente en los grandes misterios de la fe, y está siempre dispuesta a perfeccionarse en la piedad.
Tal fue la vida de San José, y tales las disposiciones habituales de su alma. Estudiémoslas diligentemente en la oración, a fin de uniformar nuestra conducta con la suya, y nuestros sentimientos, con los suyos. Oh, sí penetráramos perfectamente en el corazón de este gran Santo, y viéramos cómo arde en el amor de Dios, no repararíamos ya tanto en lo que agrada o desagrada a nuestro amor propio. Hacednos conocer, Dios mío, ese interior admirable; introducidnos en esa escuela de piedad, de recogimiento, de oración, a fin de que, disgustados de las cosas exteriores, abandonemos los falaces gustos de la vanidad mundana que nos alejan de Vos, alejan de Vos nuestro corazón, y nos privan de las riquezas inefables de vuestro Reino interior.
Guiados por Vos mismo, oh Señor, entraremos en el corazón del más amado e íntimo de vuestros amigos. ¡Qué calma perfecta en todas sus pasiones! ¡Qué silencio en las potencias todas de su alma! ¡Qué torrente de puras delicias inundan su corazón! … Su vida es una continua oración: sin ningún esfuerzo se eleva a la contemplación de los más sublimes misterios, siempre unido a Vos, con el pensamiento de vuestra presencia y por el más vivo sentimiento de amor. Él os ve, os conoce, os ama, y todo aquello que a Vos no se refiera, desaparece a sus ojos.
Con estas santas disposiciones, ¡cómo debió de aprovechar San José de la ventaja que tenía de conversar familiarmente con Jesús y con María, y de encontrarse junto a la fuente de la gracia! ¡Y qué maravillosos fueron en su alma, los efectos de la presencia visible de Dios!..
Por eso la Iglesia consideró siempre a este gran Santo como el patrono y el modelo de las almas interiores, porque sus ejemplos son los más eficaces para conducirlas a la perfección evangélica.
La devoción a San José, bien entendida y bien practicada, es uno de los medios más poderosos para hacer rápidos progresos en la verdadera y sólida piedad. Persuadidos de que la mejor manera de honrar a los santos es imitando sus virtudes, seremos humildes, castos, dulces, recogidos, fieles al silencio y a la oración, como San José. Se advertirá en nuestra conducta la misma conformidad con la voluntad de Dios, el mismo desapego de los bienes de la tierra, el mismo amor al trabajo y a la penitencia; se verá en nuestras costumbres la misma sencillez, el mismo candor, la misma pureza. Aprenderemos de este gran Santo a amar tiernamente a Jesús, a no obrar sino por El, a ser perfectos seguidores de la fe de la Iglesia, de esa Iglesia santa de la que la humilde casa de San José fue, por así decirlo, cuna y primer santuario.
San José debe servir de modelo, en modo particular, a las personas religiosas, que tienen la suerte de estar consagradas a Dios: separadas del mundo, gozan como él de la paz y del silencio. A ellas corresponde destacarse con una piedad más tierna, más particular hacia este Santo, a quien deben venerar como a padre y modelo, por cuanto su propia vocación las hace más semejantes a él. Y en verdad que toda la vida de San José fue una vida humilde, pobre, escondida, que trascurrió por entero en el recogimiento y en la oración; y nos ofrece el ejemplo de la pureza más inviolable, de la obediencia más perfecta, del espíritu de pobreza que debe animarlas, de la amorosa afección y unión de los corazones que debe reinar entre los miembros de una misma familia.
Todas las acciones de San José, todos sus trabajos, están consagrados a Jesús y a María, y su muerte puede considerarse como la más santa y afortunada. Por lo cual, ¿a quién podrá convenir mejor este perfecto modelo de vida interior, sino a las almas religiosas, quienes como él deben vivir en la humildad, en el desprendimiento de las criaturas, en la soledad y en la unión con Dios? ¿Quién, pues, debe ser más devoto de este Santo, cuyo corazón ardía en tanta caridad, sino las personas que tienen la felicidad de servir a Jesucristo en la persona de los niños y de los pobres?. .
¿Quién habrá que pueda infundirnos una mayor seguridad en la protección de este santo patrono de la buena muerte, sino las personas cuya vida fue una continua muerte a sí mismas y a las vanidades de este mundo?. . .
Las personas consagradas a la educación de la juventud, también deben adoptar a San José como Patrono de una misión de tanta trascendencia, pues el que ha ejercido la tutela del Hijo de Dios puede alcanzarles la gracia toda particular que les facilite el cuidado de la juventud, y esta a su vez tendrá en Jesús el modelo perfecto de la docilidad, el amor y el respeto debidos a los maestros.
El piadoso señor Ollier proponía a sus discípulos el Santo Patriarca como perfecto modelo de la vida sacerdotal. «Sí —repetía—, son los sacerdotes quienes particularmente deben imitar a San José en lo que respecta a los hijos que engendran para Dios. Este Santo dirigía y gobernaba al Niño Jesús con el espíritu de su Padre celestial, con su dulzura, con su sabiduría, con su prudencia, y nosotros debemos proceder así con todos los miembros de Jesucristo confiados a nuestros cuidados, y a quienes debemos tratar con la misma veneración con que San José trataba al Niño Jesús» (Vida del padre Ollier).
El respeto con que San José gobernaba al Hijo de Dios, que había querido sujetarse a él, enseña a todos los ministros de Dios con qué reverencia y con qué temor deben celebrar el tremendo sacrificio, por el cual el divino Salvador se pone en sus manos para ser ofrecido a su Padre celestial. Sí, nosotros más que nadie; nosotros, que tocamos el Cuerpo de Jesucristo, ¡cuánto debemos amar a este Santo, que fue el primero entre todos los hombres que recibió en sus brazos al Salvador, y ofreció a Dios las primicias de esa Sangre preciosa, que el Verbo encarnado vertió en la Circuncisión!…
Debemos mirar a Jesús sobre nuestros altares con la misma fe y con la misma piedad con que San José le miraba en el pesebre.
San José tiene útiles lecciones y admirables ejemplos para los que se dedican al apostolado. Es su perfecto modelo en las penosas fatigas de su profesión; en los viajes y peregrinaciones; en los cuidados que dispensaba a la Sagrada Familia; en las instrucciones, el aliento y los consuelos que con tanto celo prodigaba al prójimo en Egipto y en Nazaret.
San José es perfectísimo modelo para los que abrazaron el estado de virginidad, y lo es también para aquellos que, respondiendo a la voluntad de Dios, se disponen al matrimonio o ya están en este estado. ¡Con qué santas disposiciones el castísimo José recibió a María por esposa!… No buscaba otra cosa sino uniformarse perfectamente a la voluntad de Dios y gloriarse de la compañía de tan augusta Virgen, para practicar con mayor mérito y perfeccionar en cierto modo la bella virtud de la pureza, virtud que, como María, había tenido la gracia de amar y estimar por sobre cualquier otra cosa de este mundo.
Santa Cecilia; San Eduardo, rey de Inglaterra; San Eleazar, conde Arián; Boleslao, rey de Polonia; Alfonso II, rey de Castilla, y muchos otros siervos de Dios, imitando el admirable ejemplo de San José, vivieron en el matrimonio como verdaderos ángeles.
Si, por último, consideráis a San José, no sólo como a esposo castísimo de la más pura de las vírgenes, sino también como a padre nutricio de Jesús, ¿no es también un excelente modelo de educador? Y ¿no es una lección para los padres cristianos, acerca del cuidado que deben tener con los hijos que Dios les ha dado, la amorosa solicitud con que San José cuidó de la infancia de Jesús?. . . Aun cuando era de la real estirpe de David, se vio obligado a ganarse el pan con el trabajo de sus manos, dando con ello ejemplo de la paciencia y de la sumisión a la voluntad de Dios con que los padres deben vivir en su pobreza.
En una palabra, los cristianos de toda condición hallan en todas las acciones de San José, las normas de conducta adaptadas a su propio estado: su vida es algo así como una enseñanza general propuesta por la Iglesia a todos los fieles que la componen.
Así como los pueblos azotados por el hambre acudían al rey de Egipto para obtener trigo, y este los enviaba a José, que era el depositario y dispensador de todas las riquezas del reino, dicién- doles:
«Id a José: Ite ad Joseph», del mismo modo, Dios nos muestra al nuevo José, que El escogió de entre todos los hombres para confiarle la persona adorable de su Hijo, y todos los tesoros de gracia que encierra. Por lo que decimos, en consecuencia, a todos los cristianos:
¿Queréis obtener de Dios todas las gracias que necesitáis? Acudid con fe a la poderosa intercesión del predilecto del Rey de los reyes: Ite ad Joseph.
¿Os halláis en medio de graves tribulaciones? ¿Os apena algún temor? Ite ad Joseph,
¿Sentís alguna angustia? ¿Sois molestados por pasiones violentas? Ite ad Joseph.
¿Habéis perdido la paz del alma? ¿Sentís desgano en el servicio de Dios o aridez de espíritu? Ite ad Joseph.
¿Teméis las ilusiones del espíritu infernal? ¿Tenéis necesidad de consejo en vuestras dudas, y de luz para conocer la voluntad de Dios? Ite ad Joseph,
Que fue el único capaz de explicar las misteriosas visiones de los sueños de Faraón: Ite ad Joseph.
Los demás santos son invocados en ciertas necesidades particulares, pues parece que Dios hubiera querido repartir entre todos su poder para socorrernos; pero San José recibió un poder general ilimitado para todas las necesidades del alma y del cuerpo.
La augusta Madre de Dios tiene, no hay duda, el primer lugar junto a su divino Hijo, y es a su misericordia a la que debemos dirigirnos con la más grande confianza en todas nuestras necesidades: la devoción a San José no se opone a la que debemos a su Santísima Esposa; antes bien, las dos devociones se completan.
Y no podemos, en nuestros ejercicios de piedad, separar a estos dos esposos, cuya unión fue formada por Dios, que así quiso dárnoslos como modelos y protectores: Quos Deus conjunxit, ho-mo non separet (Marc. X, 9).
ORACIÓN FINAL
Acordaos, oh castísimo esposo de la Virgen María y amable protector mío San José, que jamás se ha oído decir que ninguno haya invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio sin haber sido consolado. Lleno, pues, de confianza en vuestro poder, ya que ejercisteis con Jesús el cargo de Padre, vengo a vuestra presencia y me encomiendo a Vos con todo fervor. No desechéis mis súplicas, antes bien acogedlas propicio y dignaos acceder a ellas piadosamente. Amén.
PAX VOBIS.
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